Úzquiza González, José Ignacio (ed.), El manuscrito de Huarochirí. Libro sagrado de los Andes peruanos. Versión bilingüe quechua-castellano de José María Arguedas. Facsímil del manuscrito, edición al cuidado de…, Madrid, Biblioteca Nueva, Universidad de Extremadura, 2011. 480 p. Fotografías del manuscrito + 1 CD ROM.
por Juan Carlos García
He aquí una nueva edición del Manuscrito quechua de Huarochirí. ¿Qué nos trae de nuevo y qué nos aporta?
Creo que no es necesario subrayar especialmente el interés histórico-literario del manuscrito quechua, empezado a componer, con bastante probabilidad, en 1608. Prueba de esta importancia son las múltiples ediciones en diversas lenguas europeas[1], algunas de ellas bastante estimables y poco trabajadas como, por ejemplo, las llevadas a cabo por Hermann Trimborn en 1939 y 1967, en alemán, valiosas tanto por la transcripción como por la traducción y el método, aunque el idioma haya constituido una barrera para una gran mayoría de los interesados[2].
En castellano, la edición más utilizada suele ser la de G. Taylor[3]; se trata de una traducción académica, muy útil, pero que deja en evidencia la necesidad de un nuevo intento de la mano de algún castellanohablante nativo. Mucho tiempo antes que Taylor, la paráfrasis de los primeros ocho capítulos realizada por el propio Francisco de Ávila, el llamado Tratado de los errores (1608, puede consultarse aquí), constituye uno de los más logrados intentos de verter en la lengua de Cervantes los ritos y mitos huarochiranos. Dicho sea de paso, la prosa de Ávila puede ser catalogada junto con las mejores creaciones del Siglo de Oro español. También en la versión al latín de Hipólito Galante, realizada en 1942, según los cánones de la filología clásica, se incluyó una traducción española, si bien no del quechua directamente[4].
No obstante, el primer intento serio de traducción completa y directa del texto quechua en el siglo XX correspondió a José María Arguedas[5]. Se trata sin lugar a dudas de la traducción más hermosa con que contamos. Pero esta traducción tenía varios defectos que dificultaron su uso científico y, en ocasiones, la comprensión misma del texto. Alfredo Torero escribió al respecto:
Me ofrecí, entonces, a revisar la traducción de José María, y, al hacerlo, encontré un buen número de fallas, algunas graves, atribuibles en parte a su desconocimiento de formas y símbolos ya desaparecidos y en mucho a una transcripción paleográfica –no debida a él– equivocada y casi caótica. En posición inicial de palabra, por ejemplo, se confundía toda (h), real o parásita, con (s): ((h)ullu) “pene” resultaba (sullu) “aborto”. La competencia lingüística del traductor y los sentidos globales, cuando podían ser captados, le habían permitido salvar muchos escollos, y su capacidad poética, lograr bellas formulaciones, pero las trampas eran demasiadas para poder salir suficientemente airoso[6].
A inicios del siglo XXI la edición de Arguedas constituía una rareza bibliográfica. Intentando remediarlo, Luis Millones y Hiroyasu Tomoeda reeditaron el libro, sin mayor cambio ni aclaración, a pesar del tiempo transcurrido y los asuntos debatidos desde 1966[7]. Albergo mis dudas sobre la pertinencia de este tipo de reediciones. No sé si es bueno añorar. O si es mejor dejar a los viejos tesoros en su merecido olvido.
La edición que comentamos ahora sigue este melancólico camino. Quien espere un estudio serio, nuevas fuentes o siquiera una nueva transcripción de este importante texto abandone ya toda esperanza. Úzquiza y compañía se han limitado a reeditar el trabajo de Arguedas de 1966, introduciendo además aquí y allá errores tipográficos, pequeños cambios en las acotaciones y notas, sin que medie explicación ninguna. En realidad, lo único valioso de esta edición es el facsímil a color del texto quechua de la Biblioteca Nacional de España, que se reproduce en fotos y en alta resolución en un CD ROM anexo al libro. Todo lo demás sobra.
El libro va precedido de una presentación a la edición facsímil de Sybila Arredondo de Arguedas y unas apuradas líneas introductorias de Luis Millones. Además de una introducción a cargo de José Úzquiza. La verdad es que bien podían haberse ahorrado estas páginas. No es sólo que no valgan gran cosa, sino que tienen el peligroso defecto de desorientar al lector.
Las páginas de Millones (23-31) están dedicadas al tema del lugar simbólico, imaginario y ritual de los animales en las narraciones y cuentos del manuscrito, a lo cual por alguna razón que no alcanzo a entender denomina “bestiario”. ¿Sabrá realmente Millones lo que es un bestiario? Pues aquí de lo que se trata es de una revista a vuela pluma de archiconocidos motivos del texto quechua en los que intervienen animales, aunque el excurso se extravíe fatalmente allá por Chavín de Huántar… Empero no debe quedar en nosotros duda ninguna, Millones concluye que la selección de los animales con características sobrenaturales tiene en la región de Huarochirí una larguísima historia “de miles de años”, que se remonta a los “cazadores y recolectores”, cuando los animales adquirieron el prestigio del ritual y creencias “que hoy podrían parecer incomprensibles”. En fin.
No son mejores las páginas “literarias” de Úzquiza. Nada nuevo nos ofrece el autor sobre el tema de las idolatrías. Respecto de Francisco de Ávila, el autor lo considera un personaje de novela rusa “¿no habrá un lado en Ávila, por decirlo así, dostoiesvskiano [sic]?” (p. 69). Es inútil tratar de sacar algo en claro de estas páginas: el autor ha revisado la literatura existente, pero se las arregla para pasar de puntillas sobre todos estos problemas sin mojarse y llenando el texto de acotaciones totalmente disparatadas: todo vale, citas que no vienen al caso de Wittgenstein, la filosofía hindú, la china y hasta los griegos presocráticos; anotaciones estúpidas sobre la estrella de los Reyes Magos, el Frankenstein de Mary Shelley y hasta el Códice Gigas, que ni siquiera sabe escribir correctamente (p. 70: Codex Bigas [sic]), sin olvidar mencionar a los llamados “indignados” de la plaza del Sol de Madrid, tan perdidos los pobres como el propio autor (p. 73: “debe revisarse el concepto de lo privado en economía, habida cuenta de las arbitrariedades”). “Es de observar –anota más adelante el autor– que Calderón pone a María como vencedora de las idolatrías, y todos los visitadores-extirpadores parece que fueron varones” (p. 75). Ese “parece” es demoledor. ¡Qué profundidad! La filosofía barata, la palabrería hueca, la charlatanería de que se hace gala en esta introducción es una cosa pocas veces vista en los estudios andinos. Para acabar, el libro incorpora unos apéndices. Son un delirio. No se entiende la razón por la que se incluyen; de hecho algunos (como los nombrados como “d” y “e”) ni siquiera se comprende de qué tratan, parece todo más bien un amasijo de información sin sentido.
En fin, como dice el dicho castellano: para un viaje así, no hacían falta estas alforjas.
Notas
[1] Aparte del castellano, el manuscrito ha sido traducido al alemán, francés, inglés, latín, neerlandés y polaco. Véase el resumen de las múltiples ediciones del texto quechua en lenguas europeas realizado por Frank Salomon (“Huarochirí Manuscript”, en Guide to documentary Sources for Andean Studies, 1530-1900, Pillsbury, Joanne (ed.), Norman, University of Oklahoma Press, 2008, pp. 298-299). Allí mismo, una recopilación de los principales estudios sobre los problemas etnohistóricos de la zona, op. cit., pp. 299-303.—>
[2] Trimborn, Hermann (ed. y trad.), Dämonen und Zauber im Inkareich. Aus dem Ketschua übersetzt und eingeleitet von Prof. Hermann Trimborn; mit einem Vorwort von Dr. Dr. h. c. Georg Friederici, Leipzig, K. F. Koehler Verlag, 1939. Asimismo: Francisco de Avila, ed. por Hermann Trimborn y Antje Kelm, Berlin, Gebr. Mann, Ibero-Amerikanisches Institut Berlin, 1967.—>
[3] Taylor, Gerald, Ritos y tradiciones de Huarochirí del siglo XVII. Versión paleográfica, interpretación fonológica y traducción al castellano. Estudio biográfico sobre Francisco de Ávila de Antonio Acosta, Lima, Instituto de Estudios Peruanos, Instituto Francés de Estudios Andinos, 1987, con varias reediciones.—>
[4] Galante, Hipólito (ed. y trad.), De priscorum Huaruchiriensium origine et Institutis at fidem mspti nº 3169 Bibliothecae Nationalis Matritensis edidit Hippolytus Galante, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Gonzalo Fernández de Oviedo, 1942. La edición incluía fotos del manuscrito.—>
[5] Arguedas, José María (ed. y trad.), Dioses y hombres de Huarochirí. Narración quechua recogida por Francisco de Avila (¿1598?), Lima, Museo Nacional de Historia, Instituto de Estudios Peruanos, 1966.—>
[6] Ponencia en el homenaje a José María Arguedas (1999, México), Caretas, 24 de junio de 2004, http://www.caretas.com.pe/2004/1829/secciones/cultural.html.—>
[7] Dioses y hombres de Huarochirí. Narración quechua recogida por Francisco de Ávila [1598?], traducción: José María Arguedas, estudio introductorio: Luis Millones y Hiroyasu Tomoeda, estudio biobibliográfico: Pierre Duviols, Lima, Universidad Antonio Ruiz de Montoya, 2007.—>
5 comentarios a “Huarochirí: una nueva edición del Manuscrito Quechua (1608)”
- Jorge Luis Rojas Runciman 14/02/2012 at 6:39 am | Permalink
El año pasado, el Fondo Editorial de la PUCP editó el libro “Itinerarios Epistolares: La amistad de José María Arguedas y Pierre Duviols en dieciséis Cartas ” (2011). Este libro fue editado por la socióloga Carmen Pinilla y contiene una entrevista hecha a Pierre Duviols. En ella, Duviols explica que fue John Murra fue la persona quien le pidio a Arguedas haga la traducción de este documento en base a dos puntos. Primero, Murra siempre estuvo interesando en documentos que arrojasen luces sobre el pasado pre-hispánico y segundo, un tanto personal, no le agrado mucho la traducción de HermanTrimborn. Arguedas aceptó el compromiso de traducir dicho documento, pero fue algo muy complicado para él. Con la aprobación de José Matos Mar, por aquellos años era director del IEP, se incluirían 3 estudios que acompañarían al documento. Uno antropológico, a cargo de Murra, uno histórico, a cargo de Duviols, y por último, uno linguistico, a cargo de Torero. Por diversas razones, Murra no asistió a dichas reuniones y Torero se retiró por problemas de Salud. Aunque, para Duviols, la salida de Torero obedecería a otras razones: “Recordando ahora las conversaciones durante esos días, diría que tal vez Torero renunció porque la manera de traducir de Arguedas- y tambíen la leguna y la transcripción del manuscrito- le parecía demasiado problemática. Claro que eso no es mas que una suposición” (Pinilla: 27).
Duviols cuenta tambien que Murra, en Estados Unidos, le pidió a Jorge Urioste que haga otra traducción al castellano (aunque mucho mas tardía, aparecida en el año 1983). Las dificultades con las que se topó Arguedas han sido bien resumidas por Gerald Taylor: “leer y comprender, sin dificultades, un documento escrito hace casi cuatro siglos es imposible. Sobre todo cuando se trata de un texto redactado en un idioma que no ha mantenido una tradición literaria continua. Basta pensar en los problemas asociados con la interpretación del escrito castellano de la misma época: Divergencias en el léxico, de sintáxis, modificación del sentido de determinadas palabras, etc. Aparte ed algunas idiosincrasias sintácticas, las dificultades principales que obstruyen la comprensión del manuscrito quechua se relancionan con el léxico (y también, evidentemente, con el estado imperfecto de conservación del documento” (Pinilla: 31).
- Juan Carlos García 15/02/2012 at 12:49 am | Permalink
Gracias por el comentario. En efecto, son evidentes los problemas de la traducción de Arguedas. Coincidimos todos, creo, en la belleza de esa traducción, pero también en que no es una herramienta muy útil para el análisis. Volver a reeditarla ahora no parece otra cosa que un capricho, teniendo en cuenta la ya existente edición de 2007.
- Gerardo Benito Quiroz Chueca 23/02/2012 at 11:32 pm | Permalink
Preguntar por el aporte de un trabajo académico es pertinente, y más aún si incide en dar cobertura editorial a un corpus tan relegado que el primero que intentó explotarlo literiamente (“cito: “Soy hombre de letras y me precio de ellas”, fariseicamente lo abandonó cuando el lucimiento (y celebro el reconocimiento de que la academia más antigua de América, San Marcos, producía ya en su primer medio siglo plumas como la del tal Ávila) que buscaba le vino a las manos directamente de la curia a la que pretendía lisonjear con esa tratado. Y lo sorprendente es que no tuviera otro epígono que Arguedas, el cual quedó tan impactado por su descubrimiento (es cierto que había sido olvidado desde el tiempo en que Tello, huarochirano él, leyera el tratado en Markham y el Runa indio ñiscap machoncuna en Galante) que le dedicó fabulaciones literarias, en sus Zorros, muy simbólicas, aunque también lejanas del sentido original del mito.
Si los tratamientos epigonales deben recrear una tradición, ahondando sus raíces (y esperamos aún al amplificador quechua que tome estos motivos y los llene de su encanto vernáculo, contándolos a las nuevas generaciones), el específico fin de las ediciones en actualizar la discusión, y este documento desgraciadamente único y de única fuente recopilado por manos múltiples, además de idiomas encontrados, merece otra discusión que lleve a entender su gestación formal; los elementos de juicio están confusos, pese al sólido avance tayloriano que palía los escollos paleográficos en que encalló Dioses y hombres … e introduce depuraciones de sentido contextualizando los relatos, y también están esperando más cuidadas ediciones.
Cumple con tal mérito el partir, como lo hace ésta, del facsímil que nos presente los hechos caligráficos, “de la mano y pluma”, aunque no se trate escritos provenientes de los mismos involucrados ni de la redacción original, sea recogiendo sus testimonios o confrontándolos son otros. Que sea el único que le debamos agradecer y signifique, antes bien, una ocasión perdida de publicar estudios más coherentes es lamentable; si ello se debe a que se pierde el editor en su interpretación histórica es aún máslamentable, pero eso no embota la pica en el Flandes textual, pues la única edición facsimilar data de la época del zincograbado.
Gerardo Quiroz Chueca
(UNMSM)
- gabriel ramón joffré 07/03/2012 at 6:10 pm | Permalink
Felicitaciones. Es muy agradable leer una reseña con opinión e información. g.
- Rubén Quiroz Avila 07/05/2012 at 12:18 am | Permalink
Respeto su sinceridad y dejar poco espacio a la alabanza gratuita. Concuerdo con la inutilidad de esa edición nada crítica. La he revisado y, efectivamente, es aún más confusa su intencionalidad en aportar al cuerpo de debate sobre el manuscrito.